Dentro del paisaje abierto como un cofre, hay tierra de los siglos oscuros, lluvías e insectos, y vidas que nos enraizan a los aires cortados y a los pazos. Avelino Lorenzo de Leiro es un maestro viticultor del reino, que cuando se cae y le rompe un hueso, se le acaba soldando como una cepa vieja.
Cuando se jubiló, Avelino legó casi todas las viñas a sus hijos y anunció que se iba a "dedicar al I+D+i" sobre todo por que las viñas le quitan el dolor de cabeza. El patriarca se reservó para su nueva etapa vital un terreno alto, en cuesta y soleado. Abrigado de todo lo malo por pedrolos grandes como montañas y un viejo pueblo abandonado.
De este terreno salen las uvas con las que Avelino prepara uno de los mejores tostados de O Ribeiro. El Tostado de O Ribeiro es un tipo de vino dulce, tradicional, que aunque con pequeños volúmenes de producción, adquirió hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX, una gran fama. Para elaborarlo las mejores uvas de variedades autóctonas se sometían a un proceso de secado bajo cubierto en locales con ventilación y a salvo de los ratones. Posteriormente, durante el invierno o principios de la primavera se procedía al prensado de la uva y a la fermentación. A continuación el vino maduraba en recipientes de madera antes de su consumo. La elaboración de este vino estaba ligada a las casas hidalgas y a los grandes propietarios, que lo utilizaban para consumo de la casa (sobre todo las mujeres) en determinadas ocasiones especiales (partos, enfermedades, celebraciones) y para regalos. Se trataba, por lo tanto, de un producto muy apreciado y costoso de producir, un vino de representación y rango social en el que su elaboración compensaba por razones de estatus y de ceremonial, y que entró en decadencia durante el siglo pasado coincidiendo con la desaparición de las casas más poderosas que lo elaboraban.
Avelino recupera el Tostado con treixadura, albilla y moscatel de "grao miúdo" de una cepa heredada con más de 200 años. Pero la joya de su laboratorio revolucionario es la anxélica, una tradición olvidada y ahora rescatada que no ampara la denominación de origen. Las uvas desecadas que dan el vino tostado, una vez prensadas, se cubren de aguardiente (hay quien lo hacía con agua) y se dejan macerar. Luego se vuelven a exprimir y el resultado, la anxélica, combina un 50% de orujo y 50% de mosto.
Artículo ref. El País.
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