Hace aproximadamente 2.500 años, grupos de habitantes de la comarca de O Morrazo empezaron a construirse sus viviendas en lo alto del Monte de O Facho, en la parroquia canguesa de O Hío.
Hicieron un poblado de unas 200 edificaciones, rodeado por una muralla interior y otra exterior. Desde lo alto de O Facho veían a un lado las islas Cíes y al otro, Ons. Controlaban cualquier embarcación que navegase costeando por la zona.
El poblado estuvo habitado durante casi seiscientos años. En el siglo I después de Cristo, los castreños se fueron desplazando hacia el mar, ocupando las cercanías de las playas de Barra y Nerga, pero mantuvieron en su memoria O Facho y al dios al que rendían culto, dando lugar dos siglos más tarde a un santuario, un centro de peregrinación que llegó a ser el más importante del noroeste peninsular, dado el número de aras o altares descubiertos (174).
Los peregrinos subían a O Facho en penitencia arrastrando un altar de piedra y en la cima del monte, con el Atlántico ante sus ojos, lo «plantaban» en la tierra dedicándolo al dios Berobreo. Le pedían salud. La inscripción en las aras, es siempre la misma: «Deus lari Berobreo aram posuit pro salute».
El santuario de Berobreo se disponía en un área en pendiente que circunda la cumbre del monte. Existen restos de columnas que indican la existencia de un edificio. La acumulación de aras motivó la tendencia de los monumentos a ser estrechos y altos, configurando lo que a la vista parecería un “bosque de aras”. Al final de la existencia del santuario, el lugar se abandona; las aras irán cayéndose y amontonándose, a veces fragmentadas (hoy pueden verse la mayoría en el Museo Arqueológico de Vigo).
El culto a la deidad pagana se sustituyó por el culto al santo cristiano de S. Andrés, al que hasta los años treinta, los enfermos se le ofrecían en un rito similar al que se mantiene en Santa Marta de Ribarteme, en donde los penitentes se exponen dentro de féretros ante la santa.
Se recomienda su visita.
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