‘Llevaba tres años viviendo en Madrid y trabajando en publicidad. Me di cuenta de que aquello no era lo mío y me quería dedicar al mar con la ilusión de viajar y de navegar’. Tras haber aprendido a navegar desde la infancia, abandonó su trabajo y se fue a las islas Canarias en busca de algún velero que necesitara tripulación. ‘Había ahorrado unos cinco mil euros y mi intención era guardar siempre unos mil como reserva para poder comprar un billete de avión y regresar si fuera necesario’. Se embarcó en el velero de un británico con una tripulación de dos jóvenes argentinos, un alemán, un suizo y una holandesa, y partieron todos hacia la isla de Santa Lucía en un viaje de 23 días. Durante la travesía le tocó llevar el timón porque ‘sólo el capitán y yo teníamos experiencia náutica, de manera que nos turnábamos’. Una vez en tierras caribeñas permaneció unos días viviendo en una cabaña cedida por una mujer hasta que consiguió el contacto de unos australianos que le propusieron pasadas unas semanas viajar hasta Tahití, mientras no llegaba ese día trabajó en un charter por las islas Vírgenes, Saint Martin, Saint Kitts y Nevis, todos lugares de espectacular atractivo turístico.
Al concluir la gira caribeña, tomó un vuelo desde Santa Lucía hasta Panamá para reunirse con los australianos, cruzar el canal y emprender ruta hacia la Polinesia francesa. ‘Eramos tres personas: el capitán, su mujer y yo, de manera que él y yo nos repartíamos las guardias’, indica Miguel, quien señala que primero hicieron escala en el archipiélago de Las Perlas, luego siguieron hasta las islas Galápagos, donde estuvieron dos semanas, y después continuaron hacia las islas Marquesas para acabar en Tahití, donde la pareja dejó el barco y regresó a Australia.
Tras de varias semanas de búsqueda, Miguel encontró a un británico que necesitaba tripulación y embarcó hacia Morea, en la Polinesia francesa, visitaron Bora Bora y otros lugares del Pacífico hasta que se estropeó el molinete del ancla y hubo que repararlo. Luego siguió hacia las islas Cook, Niue y finalmente Tonga, donde la pareja se quedó, y Miguel encontró a otra pareja mayor de británicos con su hijo y un tripulante noruego que les ayudaba en las tareas a bordo. En el camino, al atravesar el meridiano 180 donde es necesario no sólo cambiar de hora sino de día, Miguel vio un insólito espectáculo, ‘un arco iris nocturno con luna llena’, un fenómeno que pocos navegantes han visto. Durante un mes recorrió con ellos el archipiélago de Tonga, luego Fiyi y Vanuatu, donde estuvieron varias semanas para luego proseguir ruta hacia Brisbane, al este de Australia, donde consiguió un visado y permaneció medio año en tierra en espera de la temporada en que los veleros van al Indico.
Finalmente convenció a una canadiense para que le acompañará en su furgoneta vivienda durante cuatro mil kilómetros hasta Darwin, desde donde partió con el barco de un irlandés hacia Bali, Java, Suva, y continuó por el archipiélago de Chagos hasta las islas Seychelles. Desde allí, en el velero prosiguió hasta la isla de Lamu, en Kenia, cruzó el mar Rojo, en Egipto visitó incluso Luxor, cruzó el canal de Suez y llegó a Palma.
‘Como llevaba tres años fuera, mi intención era tomar una vuelo y sorprender a mis padres en Vigo, pero el capitán les había advertido con antelación y ellos me sorprendieron al esperarme en el puerto de Palma’, comentó Miguel, que llegó con ‘doscientos euros en el bolsillo’ tras completar su particular vuelta al mundo. ‘Estoy encantado de haberlo hecho’, dijo. La aventura ‘fue muy agotadora porque había momentos que no sabía dónde iba a dormir ni qué iba a comer’, aunque por fin ha encontrado su verdadera vocación."
En la foto Miguel Ramis con un atolón de fondo.
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