VINOS FALSOS

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Nuevos ricos de China y Rusia, jóvenes potentados europeos, comerciantes y financieros anónimos pagan miles de euros por una botella. El año pasado las subastas de vinos con leyenda fue un negocio que generó unos 204 millones de euros (25% más que en 2006). El coleccionismo de vino ha generado en los últimos tiempos un mercado de fuerte crecimiento dentro del ámbito de los bienes de lujo. Pero si la picaresca estaba ya instalada en las subastas de arte, ahora le toca el turno al de la subasta de botellas, y los falsificadores ya no se limitan, como antaño, a rellenar las viejas botellas abiertas con vino de mala calidad, ahora se pasan meses diseñando etiquetas y envejeciéndolas junto a los envases como se hace con las telas de los cuadros.

Es un negocio en el que muchos arriesgan sus malas artes sobre todo teniendo en cuenta que en este tipo de subastas se concretan operaciones en el 100% de los lotes, superando ampliamente en la mayoría de los casos las estimaciones más altas que se hacen al momento de poner los valores de base. Se calcula que un 5% de las subastas se hace sobre vinos falsificados. Los productores sin embargo son reacios a llamar la atención pública hacia el problema. No quieren sembrar dudas entre los coleccionistas de vinos que pagan grandes sumas por botellas muy buscadas. Y tampoco quieren publicitar la forma en que los imitadores hacen su trabajo. Las bodegas paralelamente a su ocultación de esa realidad, financian investigaciones científicas para descubrir la forma definitiva de destapar los engaños.

Una empresa especializada en comercializar grandes vinos está detrás de los estudios del Centro de Investigaciones Científicas francés, que ha conseguido datar la fecha exacta de un vino, analizando iones inyectados con un acelerador de partículas en el descorche. Es difícil imaginarse a alguién con un acelerador de partículas en Christie´s, pero estoy seguro que está al alcance de cualquier multimillonario que pague medio millón de dolares por seis botellas de Château Lafitte de 1787, y que no quiera descubrir que compró vino de garrafón.

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