El País de hoy ha sacado un artículo sobre la crisis de la vieira que acaba con una observación que creo es el deseo de todos: que este suceso ponga a las cosas y a las personas en su lugar y ayude a que los protagonistas de toda la cadena alimenticia, se lo piensen dos veces antes de pagar por productos que, en el mejor de los casos, son de procedencia ilegal, cuando no un peligro muy serio para la salud. Pero yo soy de los que creen que para que los deseos se cumplan hay que despertar, y mover piezas.
En estos casos, y aunque requiere buen pulso, es necesario trazar una difícil línea delgada, que es la de hacer un análisis lo suficientemente desapasionado para no agrandar la herida, pero con la dureza justa para remover conciencias y poner remedio a un problema serio: el furtivismo (especies tóxicas de por medio) y la complicidad de parte de la hostalaría.
Sorprende como algunos que reciben el nombre de intelectuales por parte de los medios, y a los que les correspondería hacer ese análisis, lo primero que se les ocurre es pretender normalizar una situación y justificarla, dejando a un lado las explicaciones razonadas.
Otro tanto está a pasar con la Administración, que debería aceptar que lo que ha sucedido forma parte de una realidad compleja, y no tratarlo como algo aislado. Sin duda alguna, el gran ausente en toda este tema ha sido el Gobierno de la Xunta de Galicia, que debería asumir lo ocurrido no como algo pasajero de lo que la gente dejará de hablar en un par de días. Ese no es el modo correcto de refortalecer la imagen de la gastronomía gallega. Se debe empezar a aceptar lo sucedido estos días como un tema que merece que la Administración se siente con los cocineros, y asociaciones de consumidores, para encontrar soluciones que mejoren su formación y su conocimiento de los productos frescos del mar, base de la cocina gallega y que tanto le gustan saborear a los turistas.
Pero para implicar a la hostelería es necesario también una labor de autocrítica por parte de los profesionales del sector y de sus representantes, y que se ha echado en falta en estos días.
Y los consumidores (turistas incluidos) parecen estar en la última fila de este espéctaculo. No ven lo que pasa en el escenario. Escuchan una historia que va pasando de boca en boca: televisión, prensa, políticos, cofradias, asociaciones de hostelería, grupos de cocineros, intelectuales… entonces o acaban creyendo lo que les cuenta el que está más cerca, o se pone los prismáticos de internet y los blogs, para ver realmente lo que pasa en el escenario.
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