Si el periódico "El Eco de Galicia" echó bien las cuentas allá por agosto de 1909, a principios del siglo XX las paradas de las escuadras de barcos extranjeras en Vilagarcía de Arousa, arrasaban con las viejas postales de Galicia para enviarlas a sus familias. Era la etapa dorada de las relaciones marítimas y mercantiles de Carril y Vilagarcía, que disponían de representación diplomática de una decena de países: las postales llegaban a Portugal, Argentina, Brasil, Chile, México, Uruguay, República Dominicana y las potencias europeas del momento. Gran Bretaña, Francia y Alemania. Así se contaba en números : «Durante la permanencia de la escuadra alemana en el puerto de Vilagarcía, ascendió diariamente el envío de postales por los marinos de la flota a 5.000 y pico, arrojando un total de 50.000 hasta su marcha».
Un solo establecimiento fue capaz de vender 30.000 tarjetas. Era la consignataria Reboredo que gestionaba los repostajes de los barcos germanos en Arousa. Estas cartas de presentación colectivas volaban por todo el mundo aprovechando una forma de comunicarse distinta a la de ahora. En esta época cuajó un modelo gallego de postal que fue la base de todas las que vinieron después durante el siglo XX. Las había paisajísticas destinadas a alimentar la nostalgía de los emigrados, o que eran objeto de coleccionistas. Pero una gran cantidad se imprimían con fotos de "Tipos del país", personas vestidos con trajes tradicionales en entornos rurales y marineros que fueron evolucinando hasta reinterpretaciones bastante curiosas (como la foto de arriba). Personalmente siempre he sentido debilidad por estas postales y gran curiosidad por lo que se escribía en ellas a mano con letra espaciosa y renglones "en corredoira". Siempre que paro en ferias de libros viejos y tiendas de segunda mano, voy directo a las cajas de cartón en las que se acumulan a cientos.
Cuando en culturagalega.org me encontré con un artículo del antropólogo Paulo Jablonski sobre las postales gallegas ya no me sentí tan raro, y me alegré al ver que se interesaba por completar sus propias reflexiones, que él consideraba en gran medida como salidas de una aficción, con nuevos datos que aportaran más luz sobre la imagen de Galicia en este medio. Al menos suena divertido.
Aunque se tenga muy poco sentido del humor, uno no puede dejar de echarse unas risas de las ristras de postales que cuelgan en muchas tiendas de recuerdos. Es como si la función real de estos cartones, en estos años en donde cualquiera en unos pocos minutos comparte fotos en blogs o por correo electrónico, fuese la de poner a descubierto los tópicos para reirse de ellos.
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